Como si se tratara de una retorcida adaptación de 1984, de George Orwell, el chavismo ha vestido el país entero de su propaganda oficial, con los ojos del «comandante eterno» observando, inquisitivo e intimidante, cada resquicio de la intimidad del venezolano.
No hay esquina donde se mire que no contenga un poster, un stencil, un grafitti, un afiche o pancarta alusiva a los «logros de la revolución».
Pero tras haber convertido la nación en la vorágine de una crisis sin precedentes en el ámbito económico (la inflación más alta del mundo), social (82 muertes por cada 100.000 habitantes), y político (más de 50 presos políticos y protestas a diario en todo el país), esa propaganda se ha vuelto el título de escenas cotidianas que reflejan su fracaso.