ESTEBAN, UN PESCADOR CONTRA LA INDUSTRIA PETROLERA PARA PRESERVAR LA ECOLOGÍA


Esteban Antonio Sánchez González. Premio internacional de los Derechos Humanos por la embajada de Canadá conjuntamente con la Universidad Central de Venezuela (UCV), ponente de múltiples universidades a nivel nacional. Así se describió al final de la conversación un hombre de 67 años que tiene «desde que nació metido en la mar pescando».

Pero al principio de la entrevista resumió su esencia en esta frase: «qué le voy a dejar a mis hijos y nietos, si no la preservación de esta bahía que nos da de comer y el respeto por nuestra naturaleza».

Una manada de perros embravecidos se retuercen bajo el sol calcinante de Amuay mientras el imponente azul del cielo es agujereado por más aves que nubes.

Esteban se resguarda bajo una casucha de paredes de madera, techos de zinc oxidado y calcula, mientras cuida la atención a la entrevista, cómo encenderá el botecito «Don Esteban», que aguarda agitado sobre la inquieta marea que conduce a la refinería más grande y lucrativa del planeta tierra. Sin embargo, no hay luz ni agua corriente en el pueblo

Preside Asopaba (Asociación de Pesqueros de la Bahía de Amuay) y nació en Amuay «en este pueblo pesquero y desde los seis años colaboro en las cosas de la pesca». Lo primero que se aprende en ese arte es a nadar, asevera Esteban, porque así uno sobrevive ante un naufragio, ante una situación severa.

Y más ha aprendido a nadar que a nada en su vida. Porque a pesar de innumerables derrames petroleros que arrasaron la actividad comercial de pesca artesanal y de buceo (dejando a más de 200 pescadores sin su sustento diario, que ronda los Bs. 600 por jornada), a pesar de amenazas a su vida de parte de irregulares vinculados a Petróleos de Venezuela (Pdvsa) y de los políticos de turno, mantiene en pie su Asopaba y su desvencijado barquito que emprendió el tortuoso trayecto a la playa que colinda con la refinería de Amuay.

Arenas límpidas, casi blancas, contrastan con Esteban y lo contradicen. O al menos eso se aprecia al arribar a la orilla.

Sin embargo, un pie en la arena delata lo que ha venido explicando y reafirma, con sus manos metidas en la podredumbre, Esteban.

La bota se hunde al primer contacto y hace emerger un pestilente e inmenso pozo de petróleo crudo, que huele como a huevo podrido y se adhiere a las superficies dejándoles una esquiva película aceitosa.

Ahí la fauna y la flora se nutren del tóxico entorno, lo que hace que los pescadores abandonen su trabajo «para no contaminar a con el molusco y el pescado a la gente». Dice Carlos Díaz, pescador de 23 años que tiene, desde el último derrame hace tres semanas, sin salir a laborar a las aguas de Amuay.

Frente a la pregunta de qué le ha aportado la refinería a la población, ríe con sarcasmo, aprieta la mandíbula y menta a Félix Marín, funcionario de Desarrollo social en Pdvsa, aseverando que luego del último derrame petrolero se acercó, habló con ellos y volvió a irse sin dejar una solución promovida.

Un haz de luz raya el contorno del rostro de Esteban, principal protector del ambientalismo en Amuay y pescador de herencia ancestral en ese arte.

«El que tiene la razón, se le trata de loco. Y al loco se le trata de bueno. Por ejemplo, nosotros estamos luchando, y en nuestra lucha reciben los beneficios los consejos de pescadores y callan su voz. Nos consideran, a nuestra fundación, un perjuicio a la industria porque denunciamos la contaminación de la zona y los tenemos, como quien dice, con los pelos en la mano».

Habituado de por vida a una mansa humildad, no parece reparar en el abandono de Pdvsa a la comunidad que es dueña por derecho natural de las tierras y mares que explota la industria petrolífera.

Atardece en Amuay y los perros se calman, se recogen a lamerse la sarna mientras se alborota el enjambre de gaviotas sobre la bahía. Hay que partir de la zona porque no habrá luz esa noche y el hampa supone el incremento del riesgo, nos advierte amable y protector Esteban.


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