Recorrer a pie las calles de esa meca cultural y artística es imprescindible. Llegué a medianoche un jueves y una vez dentro de la muralla, en taxi, sentí un deseo irrefrenable de bajarme y andarla (salí de Caracas – Bogotá a las 5 de la tarde, Bogotá – Cartagena a las 9 de la noche, por lo que el cansancio era brutal). Llegué a un pequeño hotel llamado Santa Cruz. Solté las maletas liberándome del yugo de los equipos fotográficos, la ropa, el morral y tomé un baño con la ansiedad de salir hirviéndome en la piel.
Habiendo empezado a andar las angostas calles empedradas, con fachadas coloniales de altas puertas a los lados, lo primero que llamó mi atención es el variopinto y emocionante portafolio de aldabas que, de una puerta a otra, cuentan un universo mitológico que no cesa. Acá una muestra de ello: