Son lo que uno diría sin mucho pensarlo pero sí atinarlo «gente de bien».
Se mantienen fieles y leales, ciega e irracionalmente, al proceso revolucionario emprendido por Hugo Chávez en los albores del siglo XXI.
Viven en condiciones infrahumanas, luchando día a día, hora a hora y minuto a minuto por salir de una situación de cerco absoluto.
Están a la merced de los insondables designios del Ministerio de Vivienda y Hábitat, del cual han visto desfilar al menos 3 ministros prometiendo una solución definitiva. También han visto dos presidentes y «miles» de políticos que prometen y no cumplen.
Son familias que vivían en zonas de alto riesgo. Vieron sus hogares ceder ante la inclemencia de la lluvia y, cerro abajo, rodar sus enseres, sus historias y la calidez de sus «cuatro paredes».
Ahora ocupan «refugios temporales» que han visto pasar las navidades sin que sean reubicados. Casi todos coinciden en que ni siquiera desean una casa regalada, sino facilidades de pago para acceder a ella.
Son los olvidados de la Revolución (docentes, comerciantes, amas de casa, señoras de servicio, obreros o estudiantes). La Revolución; un proceso político que se izó con el estandarte de extinguir la exclusión y terminó creando una peor de la que «subsanó», una grotesca, inhumana, hilada bajo la nostalgia y la frustración de la palabra empeñada y dilapidada infructuosamente.