De lado y lado satanizan la violencia, la rechazan y desconocen, aún cuando proviene de su propio seno y, aún más, genera el tipo de presión social que sacude a este país. Somos así como país, respondemos ante lo crítico, a la ebullición instantánea, más que a los procesos de mediano o largo plazo.
Y de ese mal se encarga la violencia. Cuando el chavismo quiere dar un mensaje e incrementar el nivel de impacto acude, aunque no abierta pero sí implícitamente, a la violencia a través de su neolengua al mejor estilo de 1984 (George Orwell). O a través de los colectivos armados y, en habitual instancia, a la actuación sistemáticamente represiva de las fuerzas de seguridad (GNB, PNB, CONAS, Sebin, etc).
Entonces a su interlocutor (la oposición a veces, su propia base otras) le queda muy claro el mensaje.
Por otro lado, la misma oposición ve día a día desmoronarse el ímpetu de sus demandas ante las acciones pacíficas que emprende, como el volanteo, los pancartazos y las asambleas de ciudadanos. Pero basta que (planificándolo o no) una manifestación tranque calle o genere disturbios violentos, entonces sí cumple el objetivo: que se escuche su mensaje y genere un impacto masivo.
Además, ¿No es acaso la violencia el proceder último ante una situación en la que el derecho a la vida, a la salud y a la convivencia se ve absolutamente restringido? ¿No estamos en las circunstancias que ameritan este proceder último? ¿El oficialismo (no el chavismo, que sufre tanto como la oposición) ha dado siquiera, en 17 años, una muestra de responder ante la pasividad o el pacifismo? ¿Estos han traído, en 17 años, resultado alguno?
Entonces la violencia sí va. Es una válvula de escape. El que tira la piedra está expresando un descontento que no puede expresar en una carta, en una pancarta, en un «sentón», no será recibido por institución gubernamental alguna ni será tomado en cuenta por líder político alguno, de ningún bando.
La violencia sí va como parte de un todo, es un elemento más y ni siquiera lo es transversal, ni esencial en todo proceso de conflicto social, pero en el actual sí.
No como un proceder único, pero es parte de la lucha que se está fraguando.
Entonces de lado y lado se sataniza en lugar de orientarla positiva o efectivamente para disminuir sus daños colaterales o convertirla, incluso, en un acto de no-violencia.
Y este 1 de septiembre, el día de la Toma de Caracas, no iba. No tenía lugar, estaba fuera de contexto y sintonía.
La gente entre sus principales razones (no la primera, la primera es apatía e impasibilidad) para no responder a la convocatoria opositora es el miedo al aparato represor del Estado. Entonces la estrategia de la MUD era la correcta: empezar a generar presión de calle y derrotar ese aparato represor al no darle terreno de provocación. En un eventual punto estratégico, cómo no, cabría la violencia (no como todo, ni como elemento fundamental, pero sí tendría su lugar), pero no hoy.
Hoy la prioridad era recobrar no la calle, sino la confianza y aminorar el temor.
Y desde la conciencia cívica el manifestante tenía que saberlo al asistir a la Toma de Caracas y en algunos focos no fue así. No era su día.