La electricidad con la que hizo funcionar el dispositivo donde lee esto no vale lo que le cuesta. Usted, naturalmente, sabe ya eso.
El agua que se toma, tampoco.
A pesar de la profunda crisis de desabastecimiento alimentario y médico, esencialmente las cosas que adquiere para vivir no valen lo que cuesta.
Usted, naturalmente, sabe eso.
Sin embargo, cuál de nosotros, los venezolanos, estamos dispuestos a renunciar a esos «subsidios» a los que nos otorgamos el derecho, por defender uno que en efecto sí nos pertenece: el de la libertad.
¿Cuáles venezolanos? Yo no los veo, ¿Usted sí? Muéstreme.
Inocente, muy a la criolla, el que renuncie a usar servicios subsidiados, arroces regulados, ropas a precio preferencial por algo tan abstracto, inasible, como un derecho humano.
Ah pero esa culpabilidad, como sería lógico, tiene una condena: somos libremente esclavos.
Libremente porque en el momento exacto en el que decidamos que esta situación cambie, empezará a cambiar. Pero espere, inocente (muy a la criolla, de nuevo), el que tome la iniciativa. Así que al final todos terminamos siendo esclavos.
Porque encima somos culpables de esperar que el otro lo haga. Si salen los médicos a protestar, los maestros esperan. Si salen los maestros, los bomberos no son «inocentes». Si salen los trabajadores del aseo, los estudiantes no van a pasar por «inocentes» tampoco.
De hecho es peor aún, porque si salen los enfermeros, no saldrán todos, saldrán los más «inocentes». Porque esos inocentes (muy a la criolla) son los que arriesgarán que el Sebin los aprese, que los colectivos los agredan o que la policía o los militares los repriman. Pero otros enfermeros o docentes, bomberos o estudiantes, no saldrán, porque es más cómodo ser culpables en un país donde nadie es inocente.
Hubo algunos «inocentes» en este país que sí salieron a propiciar un cambio y hoy, en síntesis, están presos o muertos.
Porque en un país que, utópicamente, fuera de inocentes y no de culpables, muy probablemente el que no saliera a generar un cambio sería el que estuviera preso o muerto y no literalmente. Sino preso de su conciencia o muerto en sus derechos.
Aquí, en este país de culpables, es al revés.
Culpable el líder político que impulsa sus acciones (y arrastra en ello a incautos) motivado por sus intereses personales.
Culpable el «intelectual» que se arroga la facultad de hablar por una gente que no sale a conocer en las colas de comida ni en los hospitales.
Culpable el que hace las colas para comprar «lo que haya» y es partícipe y cómplice de la violación de su derecho a vivir.
Culpable el impasible y también, y ahí sí que estamos todos, los que volvemos «inocentadas» todas y cada una de las desgracias que vivimos para convertirlas en chistes y compartirlas en cadenas de Whatsapp, tweets, posts, etcétera.
Feliz día de los inocentes a un país de culpables.